COMENTARIO: SENSACIONES EXPERIMENTADAS EN LA CONTEMPLACIÓN DE TRES OBRAS.
Joaquín Sorolla. Cosiendo la vela (1896).
Confieso
que este autor en particular, va con mi
personalidad y con mi escasa capacidad de abstracción. Me decanto
claramente por la pintura realista y figurativa. Necesito entender lo
que veo. Me parece alucinante ser capaz de reproducir visualmente el
ambiente luminoso de un patio mediterráneo con la luz intensa y
calurosa de media mañana, con la simple ayuda de pigmentos, lienzo y
pinceles… y por supuesto, un don y una técnica que pocos poseen.
Pero no es sólo la calidez de la luz, también la textura y aplomo
propios de una vela de barco y el juego de tonalidades que proyecta
esa luz en la infinidad de pliegues y recovecos de la tela. También
el ambiente que da soporte a esta escena. Cada detalle roza la
perfección en la fidelidad de la imagen, en los colores elegidos,
pero también en la naturalidad del gesto, la verosimilitud de la
prestancia. La pintura no sólo vence, además convence, es
inatacable, creíble. La escena consigue transportarte. Puedes oír
el piar de gorriones y oler a geranios. No se trata sólo de una
exhibición de gran habilidad técnica, que lo es, sino también la
plasmación de que se posee una sensibilidad e intuición al alcance
de muy pocos.
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Vincent Van Gogh. Autorretrato (1887).
El
impresionismo como técnica plástica, también me parece atractiva
estéticamente. Me resultó particularmente fascinante comprobar una
ejemplificación magistral en este autorretrato de Van Gogh. Si
examinas de cerca el cuadro sólo ves infinidad de pequeñas
pinceladas sueltas, aparentemente inconexas, sin sentido. Se puede
identificar claramente que la primera pincelada del cuadro es el iris
del ojo derecho del retratado. Las siguientes pinceladas avanzan en
espiral desde esa primera, hasta completar la totalidad del cuadro,
lo que supone un trabajo muy laborioso. Pero cuando te alejas, el
cerebro, que es muy dado a conectar cuanto percibe para componer una
imagen reconocible, descubre el rostro del autor, quien conocía bien
este mecanismo.
Cómo
se tiene o desarrolla la capacidad compositiva para intuir que imagen
compondrá el coco del espectador, me
parece meritorio. Imagino que también encerrará mucha práctica.
Seguramente, si pudiéramos radiografiar muchos cuadros elaborados
con esta técnica, veríamos infinidad de pinceladas superpuestas,
corregidas una vez tras otra hasta conseguir el efecto deseado. Pero
si esto genera cierta admiración por mi parte, ésta se torna en
envidia cuando compruebas que esa sola pincelada inicial del iris, en
la distancia es una mirada clavada en el espectador. Una mirada que
analiza y observa, con personalidad e inteligencia, que no deja
indiferente. Y al igual que en el caso anterior. Haré una
observación que no deja de ser una obviedad: Considero francamente
difícil alcanzar este resultado únicamente con técnica. Pero es
que hablamos de dos nombres relevantes de la pintura universal.
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Jackson Pollok. Lavender Mist (1950).
En
tercer y último lugar pretendo un ejercicio valiente. He querido
elegir una obra que no corresponde con mis gustos. Que no comprendo
bien. Leo y releo interpretaciones sobre esta obra y sólo llego a
una conclusión: ¡No entiendo nada!
Soy un adulto sano, con cierta
instrucción y creo que no tonto del todo. Y aun así (ni
explicándomelo) consigo acceder a este enigma visual. Las
sensaciones que me provoca pasan por la curiosidad, frustración,
impotencia, de nuevo curiosidad, vuelta a la frustración… nunca
indiferencia. Pero... cuál es el objetivo de quien confiesa dejar caer
pegotes de tinta o pintura liquida e inclina el lienzo para que chorree, o a partir del pegote traza de forma “armoniosa” líneas
en apariencia sin sentido. Me parece intuir, que la intención del
autor es que el espectador pueda encontrar diversas figuras a lo
largo del tiempo. Es cierto que en tal profusión de "manchas" cada día
intuyes una figura distinta. Un día te parece ver una jirafa
hablando por el móvil, otras un telescopio, e incluso un día me
pareció ver la cara de Zapatero. No te aburres de ver siempre lo
mismo. Pero… ¿esas figuras son identificadas por cada espectador o
están retratadas de forma intencionada por el autor? ¿Pretende éste
proporcionar un marco fecundo para la recreación onírica y sugestiva o
es sólo una tomadura de pelo? Estas son preguntas que siguen sin
respuesta y que quizás nunca la tengan. Lo único seguro es que no
encuentro belleza, satisfacción, emoción, en lo que veo… no
disfruto. Quizás sea simple por mi parte y poco pretencioso, pero
esto es lo que busco en una obra de arte.
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