domingo, 13 de mayo de 2012

VALORACIÓN OBRAS: PABLO GUILLAMÓN



COMENTARIO: SENSACIONES EXPERIMENTADAS EN LA CONTEMPLACIÓN DE TRES OBRAS.





Joaquín Sorolla. Cosiendo la vela (1896).




Confieso que este autor en particular, va con mi personalidad y con mi escasa capacidad de abstracción. Me decanto claramente por la pintura realista y figurativa. Necesito entender lo que veo. Me parece alucinante ser capaz de reproducir visualmente el ambiente luminoso de un patio mediterráneo con la luz intensa y calurosa de media mañana, con la simple ayuda de pigmentos, lienzo y pinceles… y por supuesto, un don y una técnica que pocos poseen. Pero no es sólo la calidez de la luz, también la textura y aplomo propios de una vela de barco y el juego de tonalidades que proyecta esa luz en la infinidad de pliegues y recovecos de la tela. También el ambiente que da soporte a esta escena. Cada detalle roza la perfección en la fidelidad de la imagen, en los colores elegidos, pero también en la naturalidad del gesto, la verosimilitud de la prestancia. La pintura no sólo vence, además convence, es inatacable, creíble. La escena consigue transportarte. Puedes oír el piar de gorriones y oler a geranios. No se trata sólo de una exhibición de gran habilidad técnica, que lo es, sino también la plasmación de que se posee una sensibilidad e intuición al alcance de muy pocos.

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 Vincent Van Gogh. Autorretrato (1887).


File:VanGogh 1887 Selbstbildnis.jpg 































El impresionismo como técnica plástica, también me parece atractiva estéticamente. Me resultó particularmente fascinante comprobar una ejemplificación magistral en este autorretrato de Van Gogh. Si examinas de cerca el cuadro sólo ves infinidad de pequeñas pinceladas sueltas, aparentemente inconexas, sin sentido. Se puede identificar claramente que la primera pincelada del cuadro es el iris del ojo derecho del retratado. Las siguientes pinceladas avanzan en espiral desde esa primera, hasta completar la totalidad del cuadro, lo que supone un trabajo muy laborioso. Pero cuando te alejas, el cerebro, que es muy dado a conectar cuanto percibe para componer una imagen reconocible, descubre el rostro del autor, quien conocía bien este mecanismo.

Cómo se tiene o desarrolla la capacidad compositiva para intuir que imagen compondrá el coco del espectador, me parece meritorio. Imagino que también encerrará mucha práctica. Seguramente, si pudiéramos radiografiar muchos cuadros elaborados con esta técnica, veríamos infinidad de pinceladas superpuestas, corregidas una vez tras otra hasta conseguir el efecto deseado. Pero si esto genera cierta admiración por mi parte, ésta se torna en envidia cuando compruebas que esa sola pincelada inicial del iris, en la distancia es una mirada clavada en el espectador. Una mirada que analiza y observa, con personalidad e inteligencia, que no deja indiferente. Y al igual que en el caso anterior. Haré una observación que no deja de ser una obviedad: Considero francamente difícil alcanzar este resultado únicamente con técnica. Pero es que hablamos de dos nombres relevantes de la pintura universal.

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 Jackson Pollok. Lavender Mist (1950).


Lavender Mist


En tercer y último lugar pretendo un ejercicio valiente. He querido elegir una obra que no corresponde con mis gustos. Que no comprendo bien. Leo y releo interpretaciones sobre esta obra y sólo llego a una conclusión: ¡No entiendo nada!

Soy un adulto sano, con cierta instrucción y creo que no tonto del todo. Y aun así (ni explicándomelo) consigo acceder a este enigma visual. Las sensaciones que me provoca pasan por la curiosidad, frustración, impotencia, de nuevo curiosidad, vuelta a la frustración… nunca indiferencia. Pero... cuál es el objetivo de quien confiesa dejar caer pegotes de tinta o pintura liquida e inclina el lienzo para que chorree, o a partir del pegote traza de forma “armoniosa” líneas en apariencia sin sentido. Me parece intuir, que la intención del autor es que el espectador pueda encontrar diversas figuras a lo largo del tiempo. Es cierto que en tal profusión de "manchas" cada día intuyes una figura distinta. Un día te parece ver una jirafa hablando por el móvil, otras un telescopio, e incluso un día me pareció ver la cara de Zapatero. No te aburres de ver siempre lo mismo. Pero… ¿esas figuras son identificadas por cada espectador o están retratadas de forma intencionada por el autor? ¿Pretende éste proporcionar un marco fecundo para la recreación onírica y sugestiva o es sólo una tomadura de pelo? Estas son preguntas que siguen sin respuesta y que quizás nunca la tengan. Lo único seguro es que no encuentro belleza, satisfacción, emoción, en lo que veo… no disfruto. Quizás sea simple por mi parte y poco pretencioso, pero esto es lo que busco en una obra de arte.

 

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